miércoles, 10 de abril de 2019

“LA MELCHORA”






LA MELCHORA”

Tendría unos tres años, finales de los sesenta del siglo XX e iba a jugar todos los días un rato detrás de mi calle; donde vivían mis abuelos paternos, en la calle Rosríguez Pintor. Decir que en la época de la monda jugaba con los niños de los que llamábamos forasteros, las familias que se hacinaban en un apero que en dicha calle había, Nos hartábamos de chupar cañas de azúcar, abriéndolas con nuestros aparentes dientes de leche.
En la misma calle, vivía una viejecilla, o por los menos así lo aparentaba; sola, de mirada dulce, pelo cano y sonrisa franca. En una casita pequeña, antigua, humilde; la cual ya no existe, donde cada noche, con luna o sin ella tocaban en la puerta señores mayores con mucho cuidado para no llamar la atención. Ella de igual forma les abrían para que entraran.
A veces, esta par mi viejecilla con su mirada dulce, su pelo cano y sonrisa franca veía hacía mí sonriéndome como a nadie sonreía. Y sacaba de uno de los bolsillos de su mandil cada noche de aquellas sin farolas, una monedita de dos reales que me daba con semblante amoroso.
Quizá el amor que siempre quiso dar, ese amor de madre o abuela que nunca tuvo oportunidad de dar, sino conmigo esta pobre mujer soñadora que por dinero aceptaba dueño: Toma Juanillo,para caramelos…
Así fue hasta que una noche de luna, la Melchora que así se llamaba fue sorprendida por mi abuela, que salió como el rayo; ella, camisa vieja de Falange, chillando:

¡Deja a ese niño, marrana! Y métete en tu casa.
La pobre Melchora no pudo más que correr, llorando, a refugiarse en su pobre y humilde casa. Ya no puede sentir más su mirada dulce, su sonrisa amable, ni el amor puro que emanaba y que a nadie pudo destinar más, ese pelo cano…por sufrimiento, es dulzura, esa mirada, esa sonrisa, era el maquillaje con el que ocultaba ese sufrimiento, ese dolor continuo que fue su vida.
Y ya, a esa edad tan temprana, aprendió este niño en aquel entonces, a conocer el valor de las lágrimas que ocultaba en su sonrisa, y sentí pena y respeto:
Pena por mi abuela,
respeto por la Melchora.
La sonrisas de la gente rota
son más bonitas. Sonreír desde
la tristeza cuesta el doble.
Juan Manuel Santiago Chica