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“LA
   MELCHORA” 
 Tendría
   unos tres años, finales de los sesenta del siglo XX e iba a jugar
   todos los días un rato detrás de mi calle; donde vivían mis
   abuelos paternos, en la calle Rosríguez Pintor. Decir que en la
   época de la monda jugaba con los niños de los que llamábamos
   forasteros, las familias que se hacinaban en un apero que en dicha
   calle había, Nos hartábamos de chupar cañas de azúcar,
   abriéndolas con nuestros aparentes dientes de leche. 
 En
   la misma calle, vivía una viejecilla, o por los menos así lo
   aparentaba; sola, de mirada dulce, pelo cano y sonrisa franca. En
   una casita pequeña, antigua, humilde; la cual ya no existe, donde
   cada noche, con luna o sin ella tocaban en la puerta señores
   mayores con mucho cuidado para no llamar la atención. Ella de
   igual forma les abrían para que entraran. 
 A
   veces, esta par mi viejecilla con su mirada dulce, su pelo cano y
   sonrisa franca veía hacía mí sonriéndome como a nadie sonreía.
   Y sacaba de uno de los bolsillos de su mandil cada noche de
   aquellas sin farolas, una monedita de dos reales que me daba con
   semblante amoroso. 
 Quizá
   el amor que siempre quiso dar, ese amor de madre o abuela que
   nunca tuvo oportunidad de dar, sino conmigo esta pobre mujer
   soñadora que por dinero aceptaba dueño: Toma Juanillo,para
   caramelos… 
 Así
   fue hasta que una noche de luna, la Melchora que así se llamaba
   fue sorprendida por mi abuela, que salió como el rayo; ella,
   camisa vieja de Falange, chillando: 
¡Deja
   a ese niño, marrana! Y métete en tu casa. 
 La
   pobre Melchora no pudo más que correr, llorando, a refugiarse en
   su pobre y humilde casa. Ya no puede sentir más su mirada dulce,
   su sonrisa amable, ni el amor puro que emanaba y que a nadie pudo
   destinar más, ese pelo cano…por sufrimiento, es dulzura, esa
   mirada, esa sonrisa, era el maquillaje con el que ocultaba ese
   sufrimiento, ese dolor continuo que fue su vida. 
    
 Y
   ya, a esa edad tan temprana, aprendió este niño en aquel
   entonces, a conocer el valor de las lágrimas que ocultaba en su
   sonrisa, y sentí pena y respeto: 
 Pena
   por mi abuela, 
 respeto
   por la Melchora. 
 La
   sonrisas de la gente rota 
 son
   más bonitas. Sonreír desde 
 la
   tristeza cuesta el doble. 
Juan
   Manuel Santiago Chica | 
miércoles, 10 de abril de 2019
“LA MELCHORA”
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